Quizas la definición más aproximada a lo que fue lo que ocurrió en el Arte, y en la Historia, del siglo XVIII la proporcionase el ilustrado Nicolás de Azara en su prólogo a las obras del pintor Mengs. En este libro, que ese embajador de España en Roma publicó en 1780 con los escritos principales de su amigo, afirmó que tal centuria era el siglo de la inquietud. En efecto, el dieciocho fue una época que mostró varios rostros y que propició el emplo de un autentico laberinto de formas. Amaneció barroco en extremo con peculiaridades nacionales, y su crepusculo se tñó de Romanticismo. Entre ambas fronteras se dessarrollaron diversos lenguajes artísticos: rococó, barroco clasicista, neoclásico, neoclasicismo romántico..., y muchas veces en encuentro y hasta en convivencia entre sí. Fue, así pues, un siglo carnavalesco con muchas máscaras que se iban poniendo y quitando de su cultura. Y ello es muestra clara de su inquietud extrema. Nacido sangriento con las últimas guerras propiciadas por el rey francés Luis XIV y la de Sucesión a la corona española, quiso después gozar de la paz, y su arte se hizo dinámicamente vitalista y, después, hasta filantrópico, para acabar en la sangría revolucionaria de 1789, que tiñó todo de rojo y sembró más esa inquietud a la cual Azara se refiere, ala que siguieron las batallas napoleónicas, diseñadas como la jugadas estratégicas en el tablero de un ajedrez. Fue un siglo inquieto; pero, además escenográficamente teatral y de muchos colores. Y eso que Azara escribió el prólogo mencionado ocho años antes de que la Revolución francesa, nacida en el seno de la Ilustración, lo pusiera todo patas arriba y que se rompieran muchos de los tópicos ilustrados.