Los avatares de octubre de 1934 en Asturias siguen marcando la agenda historiográfica de la Segunda República. A pesar del tiempo transcurrido, aquella insurrección suele citarse como precedente inmediato de la guerra y su violencia como su causa y anticipo. Sin embargo, esta permanente presencia de 1934 se sustenta en alusiones muchas veces superficiales y casi siempre basadas en nociones heredadas de una tradición interpretativa que brota del propio Octubre.
Verdugos de Asturias examina la violencia mortal derivada de esas jornadas. A través de la consulta de cientos de legajos hasta ahora no utilizados, la obra es en parte un recorrido por los escenarios, los momentos y los modos en que insurrectos y fuerzas armadas abatieron a sus víctimas al margen del combate. También se detiene en el funcionamiento de los aparatos institucionales represores, con la especial finalidad de establecer los matices adecuados en un contexto historiográfico plagado de imprecisiones y lugares comunes en torno a la tortura y los juicios.
En la última parte, el libro analiza las repercusiones que tuvo la insurrección en los veinte meses siguientes a octubre de 1934 y recorre para ello los dos grandes relatos sobre las violencias para precisar los límites de aquella profusa literatura. Unos límites que no sólo afectan a las abundantes tergiversaciones y vaguedades a veces convertidas en pretendidas certezas, sino muy especialmente al supuesto papel de esas narrativas como impulsoras del posterior conflicto fratricida.
La obra se cierra con la mirada de quien acabó siendo denominado el verdugo de Asturias. Desde que partió de Galicia y avanzó con su regimiento, la vida del general López Ochoa es epítome de los conflictos que se recorren a lo largo de este libro, al igual que su trágico final. Es quizá la mejor manera de poner fin al itinerario que dio comienzo aquel 5 de octubre de 1934.