El ruido, las luces, los rascacielos, las calles infinitas, las alturas inabarcables, todo se funde en ese retrato de la ciudad en la que el pintor recién llegado a Nueva York, José Segrelles, dejará su pincel volar al ritmo sincopado de la ciudad. El jazz, el boxeo, el crack del 29, la ley seca, el cine, las revistas, la nueva contemporaneidad enfrentada al universo introspectivo del artista: Beethoven, El Quijote, Allan Poe, H.G. Wells. El individualismo, la alienación, el materialismo, el anonimato, la velocidad de la vida de la metrópoli frente al pausado carácter mediterráneo, al apego familiar y el sentido hedonista de la vida. El choque entre ambos mundos será el inicio de una relación que se prolongará durante casi cuatro años, una relación de amor odio en la que el artista se dejará seducir por los escenarios de la ciudad alcanzando sus mayores cotas de fama internacional. Una aventura rota abruptamente cuando el artista ambicionaba mayores metas artísticas y había comenzado, finalmente, a formar parte de esa heterogénea masa social que conformaba la ciudad.