La obtención y la movilización de recursos financieros aplicados al sostenimiento de ejercitos cada vez más extensos, complejos y organizados plantearon constantes desafíos a las organizaciones políticas de las que dependían dichos ejercitos. Pero la gestión cotidiana de los vastos recursos dinerarios que, una vez reunidos y convenientemente transferidos, se pusieron a disposición de sus capitanes generales entre los siglos XVI y XVII exigió un constante perfeccionamiento de los aspectos instrumentales de la propia administración financiero-militar. Sobre todo, porque tales recursos eran limitados y, en la inmensa mayoría de los casos, no bastaban para sufragar los costes de la maquinaria de guerra. Por eso, su rendimiento resultaba esencial para asegurar la conservación del dispositivo militar y para garnatizar resultados satisfactorios en el transcurso de las operaciones bélicas. Infundir mayor dinamismo a todos los departamentos implicados en la administración de las finanzas de sus ejercitos y enmendar las deficiencias de carácter técnico y funcional que dichos departamentos presentaban, fue uno de los principales retos a los que se enfrentaron reyes y príncipes conforme transcurría ese período. Un reto patente en el caso del ejército de Flandes, cuyos requerimientos, constantes durante más de ochenta años (1567-1648), pervivieron más allá, incluso, del umbral de 1648.