La evolución del trabajo y de su regulación jurídica han incidido profundamente en el poder de dirección que, sin perder sus características sustanciales, se ha visto profundamente transformado. Los nuevos enfoques en la regulación del trabajo y los nuevos espacios otorgados a la libertad contractual y de empresa han generado nuevas formas de trabajo, nuevos modelos de organización productiva y nuevas estrategias de gestión. Los procesos de deslocalización, de descentralización y de externalización han creado nuevas estructuras empresariales que, a su vez, han transformado o disgregado fáctica o jurídicamente el ejercicio de poder de dirección. Por otro lado, viene acentuándose la necesidad de protección de los derechos fundamentales del trabajador, tanto por la mayor peligrosidad de las nuevas tecnologías, con formas de control especialmente intensas, como por la creciente importancia de valores como la igualdad, la no discriminación, el pluralismo, etc. que tratan ahora de asegurarse en las empresas frente a injerencias y excesos en el ejercicio de los poderes empresariales y, en especial, del poder de dirección.