Una de las voces más claras y una de las mentes más capaces de la literatura y del pensamiento en español del siglo XX fue, sin duda, Juan Ramón Jiménez. El premio Nobel con el que se reconoce su obra siempre en marcha no fue casual, sino el reconocimiento a todo eso. Pero en la vida de este escritor excepcional existen algunos puntos de inflexión. Quizás el primero fue el inesperado y casi indeseado éxito editorial de su libro Platero y yo. Pero antes hubo un insistente escritor apasionado siempre, atormentado en otras ocasiones, y unos días sin luz y otros radiante. Solo el amor, la sinceridad, el compromiso con los más débiles, la lealtad y la claridad de su pensamiento cruzarían toda la vida de este joven de pueblo que se comería el mundo, sin dejar nunca que el mundo lo devorara a él. Eso cuenta este singular perfil reconstruido con sus cartas: escritas o pensadas, enviadas o guardadas celosamente en sus infinitas carpetas, pero siempre impregnadas de su intensa personalidad, la de un hombre sin fisuras que se quedó oculto tras la leyenda de sus rarezas.