Todo estudio busca profundizar en la raíz de los hechos y tratar de encontrar una explicación plausible a su origen. Pero no sólo meros hechos, sino los acontecimientos que pueden tener un impacto potencial en nuestra naturaleza humana, nuestra existencia o nuestro lugar en el mundo.

Descifrar las claves del orden mundial y su evolución requiere de un minucioso estudio sobre su desarrollo. Si ubicamos el nacimiento de las relaciones internacionales en la Paz de Westfalia, algo difícil de poner en duda, podemos empezar a desgranar estas claves. Los preceptos derivados de este hito histórico no son ni mucho menos una fórmula mágica para solventar los problemas derivados del equilibrio de poder, pero sí arrojan las herramientas intelectuales para comprender cuáles son los factores que hay que sopesar para sentar las bases de la paz.

Sin embargo, China supone un caso singular dentro del desarrollo de las relaciones internacionales. Su historia está íntimamente ligada a la destrucción y la refundación, pero siempre siguiendo unos mismos patrones de su creencia en la superioridad cultural.

Pero la aparición de Mao Zedong y su ascenso al poder en 1949 inició una nueva etapa hacia a un nuevo concepto de estado basado en la revolución permanente. Más allá de los mecanismos que rigen esta forma de ejercer el Estado, sus resultados han permitido aupar al Reino del Medio hasta una potencia con voz propia en el panorama internacional. Un panorama que domina Estados Unidos como potencia mundial, y que mira con recelo esta nueva era china.