Como hallar alguna correspondencia entre nuestros conocimientos empiricos -siempre falseables- con las exigencias de un conocimiento infalible? Como comprender nuestras propias vidas -tan escasamente morales- desde el inaccesible mandato de la ley moral? ¿Cómo tendría que ser el mundo para que la incertidumbre no nos agobiara? Preguntas de este tipo nos sitúan ante un abismo que Kant califica de insalvable.
Sin embargo, existe una experiencia capaz de descubrir huellas, de vislumbrar posibilidades para nuestros deseos y aspiraciones. Tiempo y mundo de lo estético son el hilo conductor de nuestras existencias, indicadores de una cierta unidad, coherencia y continuidad.
Kant pensaba que la facultad de juzgar estética es vehículo de enlace y soporte de la tensión entre lo real y lo ideal y que, por eso, la Crítica del juicio está llamada a ocupar un lugar privilegiado al lado de la Crítica de la razón pura y de la Crítica de la razón práctica.