El problema del reconocimiento se enfrenta hoy en día a una ambigüedad aparentemente inevitable. Por ser uno de los temas “de moda” en debates tanto políticos como filosóficos, parece haber caído en una pérdida progresiva de sentido que ha conducido también a su banalización. No obstante, este fenómeno muestra justamente la urgencia de pensar nuevamente y con detenimiento qué es aquello de lo que hablamos cuando hablamos de reconocimiento y cuáles son las realidades y las preguntas a las que pueden darse respuestas alternativas desde un discurso y un pensamiento cuidadosamente erigidos sobre dicho concepto. Así, el problema del reconocimiento está latente de manera evidente en nuestras preocupaciones contemporáneas, y es responsabilidad de la filosofía, entre otros participantes del debate, aclarar sus posibles sentidos y sus relaciones con las preguntas que nos conciernen. La progresiva banalización del problema del reconocimiento constituye, pues, paradójicamente, un síntoma de la profunda riqueza que puede encontrarse oculta tras los actuales discursos al respecto.