El trabajo autónomo está siendo objeto de una inusitada atención en los más diversos ámbitos científicos #más allá del ámbito legislativo o político#, especialmente en el jurídico, el económico y sociológico. Dicho interés tiene su explicación en profundas transformaciones de tipo cualitativo y cuantitativo (estas segundas, consecuencia directa de las primeras, las cualitativas) en este sector del mercado de trabajo y la economía. En primer lugar, por orden de importancia, es incuestionable que se ha producido un cambio en la ya de por sí heterogénea y compleja configuración del trabajo y del trabajador autónomo. La noción y las características del trabajo por cuenta propia han cambiado profundamente en los últimos veinticinco años, de modo que, cada vez menos, es una categoría homogénea. En los años sesenta buena parte de los trabajadores autónomos respondían a un patrón claro: realizaban actividades de escasa entidad e importancia económica, se trataba de actividades de reducida dimensión, que realizaban normalmente de forma aislada respecto de grandes empresas y que no necesitaban de grandes inversiones financieras. Notas éstas de carácter general y que se entiende no se refieren a un tipo particular de trabajador por cuenta propia también tradicional: los profesionales liberales, que siempre han conservado características propias #aunque también éste experimenta hoy cambios importantes como refleja la Ley de Sociedades Profesionales en aras a una mayor mercantilización#. El trabajo autónomo se circunscribía a la artesanía, el pequeño comercio, la agricultura, la ganadería o las profesiones liberales. Hoy, en cambio, el trabajo autónomo se relacionaba también con actividades de alto valor añadido como consecuencia de las nuevas formas de organización de las empresas y el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y comunicación #TIC#. De la mano de estos cambios, entre otros a los que luego nos referiremos, se ha producido un inusitado incremento del