La única novela larga de Antonio Ros de Olano, “El Doctor Lañuela” (Madrid, 1863), estaba dotada de una tal innovadora modernidad que, naturalmente, todo lo que se supo decir entonces de ella era que estaba a la altura de “La Gaviota” de “Fernán Caballero”. Valera y el mismísimo Menéndez y Pelayo la calificaron de “historia archi-enigmática” cuyo sentido esotérico no intentaron descifrar.

A Narciso Serra le dijo el propio Ros un día de su libro: “En él será la memoria eficaz auxiliar; saldrán a relucir las huellas más viejas de todas las pisadas que se hayan registrado en las arenas de mi interior.”

A propósito de tan extraordinaria libertad creativa podría aplicarse a esta novela de Ros el método novelesco tan buscado por Cortázar y manifestado en su “Rayuela”: la ironía, la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie.

La estructura del imaginario pero coherente universo de Ros de Olano corresponde a aquella hacia la que confusamente tendía el conjunto de jóvenes románticos de que en principio se rodeó ( fue fraternal amigo de Espronceda), pero la visión del mundo que usa ha sido moldeada por su imaginación, originalmente plasmada merced a su genio.

No, no ha faltado ese intento de renovación de nuestra prosa que la crítica más autorizada estimó inexistente desde el siglo XVII. Hay que contar con el de Ros de Olano. Su esfuerzo no es mero acomodamiento a la desmesura conceptista. De los escritores barrocos hispanos arranca para situarse distante – y distinto – con su arte, de romántica superficie, pero cuyo fondo de desaliento es camino que aboca ya al gran triunfo ideal de los hombres del 98.