El libro intenta ilustrar al lector sobre las circunstancias que contribuyeron a que una naciente República Dominicana solicitase su anexión a la España de Isabel II en 1861.
Dos ejes forman la encrucijada, sabiendo que La Española estaba dividida en dos países de raza y cultura distintas: Haití y Dominicana.
Primer eje, la permanente presión militar y demográfica de Haití que había dominado la vida de toda la isla durante veintidós años (1822-1844); el segundo, la boyante economía de Cuba y Puerto Rico, las dos islas hermanas entre las que se encontraba aquella República Dominicana de Pedro Santana que precipitó la anexión. Buscaba no solo el protectorado defensivo sino también el impulso económico que la liberase de las grandes cargas que contrajo en su guerra contra Haití.
Pero había otra sociedad dominicana, que ante el desconocimiento por parte de España de la mentalidad insular, de la connotación racial, social e incluso religiosa, se rebeló en 1863. Guerra de independencia otra vez, de la que fue muy difícil salir sin dolor. Lo hubo. Como hubo valor por ambos lados, también excesos.
Una cosa es cierta: finalizada la contienda no se guardó allí resentimiento contra España, ni aquí contra Dominicana. Ello honra a los dos pueblos, hermanados hoy por una secular historia común.