El 7 de diciembre de 1965, en víspera de ser clausurado el Concilio Vaticano II, era promulgada una «Declaración sobre la libertad religiosa», en la que por vez primera en la historia de la Iglesia Católica se afirmaba con carácter oficial que el hombre ha de estar inmune de toda coacción, sea de particular, de grupo o de potestad humana, de manera tal que en materia religiosa ni sea obligado a obrar contra su conciencia ni impedido de actuar conforme a ella. Más de cuatro décadas han transcurrido desde entonces y pocos cuestionan hoy su permanente fuerza y actualidad. Aprobada por una mayoría de casi unanimidad #2.308 votos a favor y 70 en contra#, durante todo este tiempo ha sido esta Declaración uno de los textos conciliares más decisivos, entre otras varias razones por simbolizar medularmente el cambio pretendido por la Iglesia en los años sesenta en el ámbito de una renovadora actividad conciliar que quiso significar la apertura al diálogo en un entorno social marcado por el pluralismo y los efectos de la secularización.