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Cuando nada concuerda

Cuando nada concuerda

  • ISBN: 9789586652438
  • Editorial: Siglo del Hombre Editores
  • Lugar de la edición: Bogotá. Colombia
  • Colección: Espacios
  • Encuadernación: Rústica
  • Medidas: 24 cm
  • Nº Pág.: 304
  • Idiomas: Español

Papel: Rústica
29,79 € 28,30 €
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Resumen

Cuando nada concuerda repite la experiencia del senador Buddenbrook en el libro de Thomas Mann. Es el retorno a unos autores que alentaron las búsquedas y los propósitos de una generación concebida en medio del frenesí de la segunda guerra mundial, y que empezó a expresarse (y a escribir y a leer que era lo único que de veras queríamos) al cierre de los años cincuenta, de una generación mal aperada con la carga espesa de la náusea existencialista versión Sartre, con la noción del absurdo según la idea del absurdo del judío Franz Kafka, y con los escrúpulos derivados de la intrincada reflexión sobre la existencia de un desolador teólogo danés llamado Sören Kierkegaard. Una generación para la cual la conciencia de la perdidumbre fue el único honor, para la cual había una sola manera de mantener la dignidad en el reconocimiento del extravío, para la cual la palabra podrido fue la más querida de todas, y que atrabiliaria, sacrílega, procaz, desafiante y poética, y cómica también, mientras la humanidad se destrozaba, laboraba y compraba, se empeñó en permanecer al margen de las actividades económicas, prácticas y mecánicas de sus contemporáneos, decidida a vivir la vida si era imposible comprenderla, en una pequeña ciudad suramericana situada a medio camino entre el infierno y el limbo, aromada de orquídeas, sembrada de fábricas nuevas, dominada por el anhelo de la prosperidad y guiada de la mano del diablo a un futuro pernicioso que nosotros augurábamos. Los curas alertaban a los feligreses contra la pequeña horda de dandis demacrados, mientras los nadaístas ambulábamos por sus calles con las axilas llenas de libros, las cabelleras sobre los hombros y el aire de desazón inocultable de quienes decidieron emplearse en lo que llamábamos el ocio creador, confiados en los milagros del verbo para no desfallecer.

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