«Un artista ha de obedecer ciertas reglas, el orden es el principal requisito para una vida creativa. ¿Cómo acudiría si no la inspiración? ¿De qué sirve la libertad cuando se traduce en improvisación o arrebato?» Ingres es visitado por sus discípulos y el maestro instila en ellos la disciplina que permitirá encauzar la ineludible necesidad de creación que iguala a todos los pintores y pintoras que figuran en este libro, mosaico de relatos en los que Blas Parra ha intentado desentrañar algunos de los momentos vitales de los pintores que más influyeron en el devenir del arte contemporáneo. Delacroix, Cézanne, Gauguin, Bracquemond, Berthe Morisot, Degas y tantos otros y otras, desfilan por estas páginas, junto a sus modelos, los marchantes de arte o los críticos. Entregados a su pasión, olvidando a menudo sus responsabilidades, sometidos al vaivén de los celos y a la tiranía de su narcisismo, los genios que desfilan en este libro de relatos, se revelan tan humanos y dolientes como cualquiera, sometidos a los vaivenes de la fortuna, del desamor o el interés, pero tocados por la gracia de su arte, se redimen ante el mundo ofreciéndonos para siempre sus frutos. Contra toda duda sorprende a un buen número de pintores en una intimidad pocas veces revelada: Manet envía un cuadro “cifrado” a su cuñada Morisot, la modelo de su Olympia, intenta que la viuda del pintor la ayude en los momentos difíciles, el nieto de Picasso se duele del abandono de su abuelo, Degas y Mary Cassatt visitan juntos el Louvre, en tanto que la pintora afirma su identidad como impresionista y envía a la Exposición Universal, Sección Americana, su cuadro, Retrato de una niña: «La niña está sentada de modo incorrecto, repantigada y con los vestidos revueltos, dejada caer pesadamente. Todo en su aspecto parece indicar, por su mirada viva pero fastidiada y exhausta, que no aceptará consejos y composturas. Podría verse en su incorrección un amago de provocación, una sexualidad precoz a pesar de su inconsciente inocencia…».