Durante el siglo XIX, el sistema político británico -asentado
en el principio de la soberanía del Parlamento- era representativo,
pero no democrático. Ninguna de las reformas electorales
efectuadas a lo largo del siglo estableció el sufragio universal
masculino -en vísperas de la reforma de 1918, sólo el
60 por 100, aproximadamente, de los varones adultos tenía derecho
al voto- ni llevó a cabo una distribución de los escaños
que supusiera una representación territorial proporcional a la
población.