Ejércitos de la Guerra Civil (III): Las milicias republicanas
(Revista Desperta Ferro, Nº ESPECIAL XLIV, año 2025)
- ISBN: 101129714
- Editorial: Desperta Ferro Ediciones
- Fecha de la edición: 2025
- Lugar de la edición: Madrid. España
- Encuadernación: Rústica
- Medidas: 28 cm
- Nº Pág.: 82
- Idiomas: Español
Entre las muchas dinámicas provocadas por el intento de golpe de Estado del 18 de julio de 1936, que daría paso a la Guerra Civil española, fue primordial la desconfianza del Gobierno hacia las fuerzas armadas, de las que habían salido los principales agentes de la rebelión. El miedo a que estas se negaran a defender la legalidad vigente no solo motivó su disolución sino que también propició la entrega de armas a la población con la idea de que esta iba a estar más motivada y legitimada que el Ejército para defender al Gobierno. Así, en un ambiente previo en el que, como en toda Europa, la paramilitarización se había convertido en uno de los modus operandi de las diversas ideologías, no tardaron en aparecer toda una serie de organizaciones milicianas como el Quinto Regimiento comunista, las columnas anarquistas, las de los sindicatos las de las Juventudes Socialistas Unificadas o el Euzko Gudarostea auspiciado por el nacionalismo vasco, por citar algunas de las más destacadas. Sin embargo, aunque voluntariosas y no carentes de virtudes, durante los primeros compases de la Guerra Civil las milicias republicanas pecaron de una serie de defectos que, poco a poco, iban a obligar a su reemplazo por una estructura militar jerarquizada y organizada: el amateurismo de muchos de sus jefes, aunque hubo excepciones notables, la tendencia a primar el cumplimiento de sus agendas políticas frente a las operaciones militares, la falta de entrenamiento de combate o las rencillas entre las diferentes organizaciones que las promovieron.
Paramilitares. Las milicias izquierdistas de preguerra por Eduardo González Calleja (Universidad Carlos III de Madrid – IPOLGOB)
La Segunda República se caracterizó por un alto nivel de movilización política, que afectó especialmente al sector más joven de la población. La politización de la juventud produjo efectos radicalizadores, que fueron instrumentalizados por los diversos partidos como un medio de presión política. Surgió así un tipo de activista que era, en general, un joven residente en la gran ciudad que había despertado recientemente a la pasión política y logrado de forma temprana una cierta independencia económica, asumiendo unos criterios políticos más radicales que le enfrentaban o distanciaban netamente del ámbito familiar. El intenso activismo político se confundía crecientemente con su vida privada, al tiempo que el ocio (excursiones, acampadas, deportes, lecturas, reuniones, etc.) era administrado por la organización hasta que el joven militante llegaba a considerar la doctrina política no solo como un proyecto de transformación de la sociedad, sino como un verdadero credo de valores personales por el que merecía la pena morir o matar.
Cubriendo el vacío. La disolución ejército y la organización de milicias por Fernando Hernández Sánchez (Universidad Autónoma de Madrid)
La sublevación de una parte de las fuerzas armadas y de orden público marcó un punto de inflexión radical en la estructura y el funcionamiento del Ejército de la Segunda República española. El semifracaso del golpe tuvo como consecuencia la disolución del Ejército tradicional y su sustitución, de forma coyuntural, por agrupaciones espontaneas de voluntarios civiles afiliados a los partidos y sindicatos que apoyaban al Frente Popular o se oponían al peligro fascista. La movilización de milicias populares se convirtió en el único recurso inmediato de la República, que tuvo que atender sobre la marcha al triple esfuerzo de coordinarlas, dotarlas de dirección y recursos y reconducirlas hacia la formación de un nuevo Ejército capaz de hacer la guerra en las condiciones propias de un conflicto bélico del siglo XX. Ante la práctica desaparición de los medios convencionales de defensa, el Gobierno encabezado por José Giral, que sucedió en las primeras jornadas vertiginosas al gabinete de Santiago Casares Quiroga y al efímero intento conciliador de Diego Martínez Barrio, optó el 19 de julio por licenciar a los soldados de las unidades que se habían sublevado a fin de liberarles de la obediencia a las órdenes de los mandos insurrectos.
El Quinto Regimiento de Milicias Populares por Juan Andrés Blanco Rodríguez (Universidad de Salamanca)
El Quinto Regimiento de Milicias Populares ocupa un lugar destacado en el esfuerzo miliciano de los primer os meses de la Guerra Civil, al margen de que su papel y efectividad hayan sido magnificados por la propaganda comunista. En opinión de muchos especialistas, el Partido Comunista y sus asesores tuvieron desde muy pronto una política militar más acorde a las necesidades y circunstancias del bando republicano. Fue el PCE el primer grupo político que comprendió que la guerra sería larga y que, para ganarla, la República necesitaba un instrumento militar adecuado, muy distinto de los primeros grupos milicianos, precariamente armados, sobrados muchas veces de entusiasmo, pero carentes de instrucción y de la más mínima disciplina. Era preciso predicar y convencer con el ejemplo, creando una fuerza militar que sirviese de armazón y prototipo de un Ejército donde se integrasen los milicianos, preparado militar y políticamente. Es decir, núcleo del tipo de Ejército que defendería desde muy pronto el PCE. A este propósito responde la creación del Quinto Regimiento.
El Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña por Manel López Esteve (Universitat de Lleida)
El 21 de julio de 1936 se constituía en Barcelona el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña (CCMA ) tras varias reuniones y contactos entre el Gobierno catalán y las fuerzas sociales y políticas que habían derrotado el golpe de Estado militar y fascista el 19 de julio en la capital catalana. El bando que daba a conocer la creación del CCMA fijaba las atribuciones fundamentales que asumiría el organismo unitario producto del nuevo, y complejo, escenario social y político resultante de la derrota de los militares golpistas. De este modo, el CCMA se atribuía dos funciones principales bajo el amparo, más nominal que real, del Gobierno de la Generalitat. En primer lugar, la organización militar de Cataluña para reclutar, equipar y dirigir a quienes habían de integrar un ejército miliciano con capacidad para defender el territorio catalán y derrotar a los militares sublevados que habían triunfado en parte de Aragón y Mallorca. En segundo, las funciones de vigilancia interior y de control del orden público para garantizar el orden revolucionario al que se refería el texto de constitución del comité.
Milicianas. Mujeres reales detrás del mito por Sofía Rodríguez López (Universidad Complutense de Madrid)
El interés en el papel jugado por las mujeres durante los enfrentamientos de la Guerra Civil no ha dejado de crecer en los últimos años. A los trabajos de investigación sobre la acción política y el compromiso público de las españolas durante la Segunda República, se unen los de la nueva historia militar, con un enfoque más social del conflicto. Y no faltan tampoco las llamadas de atención de expertos en la guerrilla sobre los problemas conceptuales y metodológicos que entraña elevar a las combatientes a un estatus que no identificaba realmente al grueso de las antifascistas. Es interesante centrarse en la participación femenina en las milicias, pero teniendo en cuenta su movilización en las diferentes coyunturas que marcaron el gobierno del Frente Popular; preguntarse si realmente se incrementó su afiliación y actividad en las organizaciones políticas, así como por el volumen de mujeres que desistieron de forma consciente de trabajar en la retaguardia para marchar al frente; y describir las funciones que ocuparon y hasta cuándo permanecieron en activo.
“Sangre de la juventud”. Las milicias socialistas y de la JSU por Fernando Hernández Sánchez (Universidad Autónoma de Madrid)
La confrontación con la rebelión cívico-militar supuso un salto cualitativo para las organizaciones de combate de los partidos de izquierda. Si hasta aquel momento habían contado con unas reducidas fuerzas de autoprotección, escasas en número, parcas en armamento y ayunas de formación militar, la disolución del Ejército, el reparto de armas, la afluencia masiva de nuevos miembros y los ecos de la propaganda en un contexto de guerra total proyectaron a las milicias socialistas y, en particular, a las de la Juventud Socialista Unificada al nivel de palancas decisivas para el aliento de una inicial resistencia organizada a la espera de la conformación de un ejército regular disciplinado y con un objetivo único. En cuanto a los socialistas, la primera aparición pública de sus milicias tuvo lugar con la celebración de un campamento de verano de sus juventudes en Torrelodones, en julio de 1933, donde sus integrantes uniformados recibieron a Largo Caballero al grito de “¡Viva el Lenin español!” La fracción caballerista organizó una milicia con sede en el Círculo Socialista del Oeste, basada en escuadras de diez milicianos.
Euzko Gudarostea. Las milicias nacionalistas vascas por Roberto Muñoz Bolaños (Universidad Camilo José Cela y Universidad del Atlántico Medio)
El Euzko Gudarostea fue la única unidad de combate conservadora y católica que luchó en el bando republicano durante la Guerra Civil. Esta adscripción ideológica y religiosa se plasmó en un fuerte sentido de identidad y autonomía, pero también en un escaso ardor guerrero porque sus integrantes, si bien defendían la autonomía y la independencia de las provincias vascas, no se sentían vinculados a un república laica e izquierdista. El origen de esta organización se encuentra en tres dinámicas que convergieron en las dos provincias costeras en los primeros días del conflicto: la incipiente organización armada que los nacionalistas vascos habían puesto en marcha antes del estallido de la Guerra Civil, la necesidad de asegurar el orden social y la decisión de bastantes militantes peneuvistas de enrolarse voluntariamente en milicias de los partidos obreros o de movilizarse de modo espontáneo para garantizar el orden en las poblaciones, evitando así los posibles excesos revolucionarios que empezaron a darse en otras zonas bajo control republicano.
La revolución en el frente. Las milicias anarquistas en Levante por Julián Vadillo Muñoz (Universidad Carlos III de Madrid)
La labor efectuada por las milicias anarquistas en Cataluña y la zona valenciana en los inicios de la guerra y sus posteriores compases es un fenómeno que se ha trabajado en ocasiones desde los lugares comunes. La importancia del anarquismo en la zona de Levante y su hegemonía en algunas zonas, le confieren un papel protagonista en los primeros compases de la guerra, merced a su papel histórico como fuerza política y sindical. Uno de los lugares comunes más extendido es el que habla de espontaneidad de la formación de una resistencia contra el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Sin negar que hubo un proceso rápido de reacción ante el ataque recibido y con una escasez material muy evidente, lo cierto es que el modelo que los anarquistas plantearon no se basaba en la nada y tenían una serie de casuísticas profundas y más inmediatas.
Líster y Mera. La forja de los mandos de milicias por Luis A. Ruiz Casero
Enrique Líster Forján (1907-1994) y Cipriano Mera Sanz (1897-1975) fueron los líderes milicianos más populares en 1936-1939. Investidos de un aura mítica durante la guerra, fueron criticados agriamente tras ella por sus antiguos enemigos y, aún más, por algunos de sus viejos compañeros de armas. “En las grandes unidades hay, por jefes supremos, gente improvisada, sin conocimientos: el Campesino, Líster, Modesto, Cipriano Mera… que prestan buenos servicios, pero que no pueden remediar su incompetencia. El único que sabe leer un plano es el llamado Modesto. Los otros, además de no saber, creen no necesitarlo”. La cita, atribuida al teniente coronel profesional Leopoldo Menéndez en los diarios de Manuel Azaña, perseguiría para siempre a los líderes del Ejército Popular de la República surgidos de las milicias. Para comprender el despectivo juicio de valor de Menéndez es necesario situarse en las circunstancias y el momento en que lo pronunció.
En defensa de la revolución. La formación del Consejo de Aragón por Assumpta Castillo Cañiz (Università degli Studi di Padova)
El 6 de octubre de 1936, apenas dos meses y medio después del inicio de la Guerra Civil española, se celebró en Bujaraloz un pleno extraordinario de sindicatos de la CNT de los pueblos liberados de Aragón. A la reunión asistieron también representantes de las columnas que operaban en el frente. En dicho encuentro, se acordó la creación del Consejo Regional de Defensa de Aragón. Las tres capitales de provincia aragonesas se hallaban bajo dominación rebelde y la sublevación había diezmado las milicias republicanas y descabezado la organización socialista de la región. En el territorio aragonés aún controlado por la República, diversas formaciones milicianas habían establecido sus propias zonas de influencia y la Confederación Nacional del Trabajo era la organización predominante, respaldada por los milicianos llegados desde Cataluña en respuesta al llamamiento a luchar contra los insurrectos. Bujaraloz, situado a unos 30 km de la línea de frente, se había convertido de hecho en la sede del cuartel general de la Columna Durruti-Pérez Farrás.
Retaguardia republicana. Comités y violencia revolucionaria por Fernando Jiménez Herrera (Universidad Autónoma de Madrid)
Tras el asalto a los cuarteles, como el de la Montaña, en Madrid, o el de las Atarazanas, en Barcelona, entre los días 20 y 21 de julio, se inició un escenario desconocido en todas aquellas ciudades y pueblos que quedaron bajo la autoridad del Gobierno de la República, el Estado perdió el monopolio de algunas de sus funciones. Perdió el control efectivo de las calles a favor de nuevos actores, los comités revolucionarios que se habían organizado tras el inicio de la sublevación. La derrota de los golpistas produjo, por un lado, que el Gobierno se debilitase –ante la lenta respuesta frente a la sublevación, el talante negociador de Martínez Barrios o la desconfianza hacia sus propias fuerzas militares y de seguridad–, mientras que, por otro lado, los comités se fueron consolidando y ganando legitimidad entre la población. Sin embargo, el Estado nunca desapareció ni colapsó, se convirtió en un actor más en las luchas de poder por recuperar el monopolio de sus funciones. Una pugna que se dilataría en el tiempo hasta diciembre de 1936 o enero de 1937.
Armas para el pueblo. Balance de las milicias en combate por Daniel Raya Crespi (Universitat Autònoma de Barcelona)
A menudo se ha evocado la idea de las milicias antifascistas de la Guerra Civil española como grupos con una composición eminentemente popular, formadas exclusivamente por combatientes alistados de forma voluntaria. Sin embargo, es importante empezar matizando que, en aquellos sectores donde no triunfó el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, las milicias organizadas por las autoridades competentes integraron desde el primer momento a los soldados profesionales que se habían mantenido leales al régimen republicano. Asimismo, incorporaron aquellos reservistas que habían sido licenciados por la Ley Azaña en 1931 y se presentaron voluntarios para defender la República ante la agresión reaccionaria. Diferentes fueron los casos de aquellos grupos llamados “impacientes”, que consistían en reducidos conjuntos armados que aprovecharon el frenesí de la resistencia a la sublevación cívico-militar para adentrarse en territorios donde esta había triunfado y atacar al enemigo. Estos grupos sí que se caracterizaban por actuar al margen de las instituciones gubernamentales, pero al hacerlo de manera autónoma y totalmente improvisada, la mayoría de ellos fueron derrotados al entrar en contacto con las fuerzas rebeldes.
Directores Alberto Pérez Rubio, Carlos de la Rocha, Javier Gómez Valero.