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Ejércitos de la Guerra Civil (I) El Ejército español en 1936

Ejércitos de la Guerra Civil (I) El Ejército español en 1936
(Revista Desperta Ferro, Nº ESPECIAL XXXVI, año 2023)

  • ISBN: 101101634
  • Editorial: Desperta Ferro Ediciones
  • Lugar de la edición: Madrid. España
  • Encuadernación: Rústica
  • Medidas: 28 cm
  • Nº Pág.: 81
  • Idiomas: Español

Papel: Rústica
8,50 €
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Resumen

Con este volumen XXXVI de Desperta Ferro Especiales comenzamos una nueva serie dedicada a analizar en profundidad los ejércitos de la Guerra Civil española. El papel de las fuerzas armadas fue determinante en el estallido del conflicto y en la configuración de sus contendientes y por ello es necesario comenzar dedicando una mirada al Ejército anterior a la guerra. Un cuerpo tensionado por graves conflictos internos y mentalidades que se vertían hacia el exterior. La oficialidad se hallaba dividida desde hacía tiempo por la presencia de los africanistas, un grupo de oficiales cuyo denominador común era haber combatido en la interminable guerra del protectorado marroquí, terminada en 1927, que propugnaban una virilidad exacerbada y una valentía rayana en la temeridad que se conjuntaban con la creencia de que el Ejército debía ser y era el depositario de la esencia nacional española y, como tal, tenía la obligación de preservarla. La caída de la monarquía y la llegada de la república, con los intentos reformistas de Manuel Azaña, iban a ahondar aún más estas diferencias, dividiendo políticamente a buena parte del mando. Por otro lado, se trataba de una fuerza armada fogueada solo en parte –al no haber participado en la Primera Guerra Mundial, las tácticas y medios del Ejército español se habían quedado anclados en la guerra de África– y lastrada por un exceso de oficiales, cuyos sueldos devoraban un porcentaje importantísimo del presupuesto para defensa, dejando otras necesidades sin atender. El 18 de julio de 1936, un golpe de Estado encabezado, precisamente por una parte del Ejército, obligó a las fuerzas armadas, en un sentido u otro, a posicionarse y abocó al país a la mayor guerra civil de su historia.

Ejército y sociedad. De la Restauración a la República por Alfonso Iglesias Amorín (Universidade de Santiago de Compostela)
La relación entre el Ejército y la sociedad civil en España en el primer tercio del siglo XX fue heterogénea y compleja, y nos ayuda a entender mucho sobre los cambios, tensiones y enfrentamientos que tuvieron lugar durante esa etapa. Intentar aproximarnos a la visión de la opinión pública española sobre su Ejército en esos años no es tarea fácil y nos obliga en primer lugar a matizar el propio concepto de opinión pública, muy operativo, pero también complejo y que puede llevar a confusión. Sin ánimo de ser exhaustivos, lo entendemos como la perspectiva general de una sociedad hacia diversas cuestiones, pero al haber dentro de una sociedad distintas tendencias de pensamiento, a menudo contrapuestas, también podemos hablar de diferentes opiniones públicas, siendo generalmente las más interesantes las más comunes dentro de la sociedad. En el siglo XIX es cuando el “público” o la “opinión pública” va tomando forma y convirtiéndose en un actor importante en política, papel que acrecienta en el XX hasta convertirse en un factor clave de desarrollo social.

En vísperas de la catástrofe. Las Fuerzas Armadas en julio de 1936 por Roberto Muñoz Bolaños (Universidad del Atlántico Medio, Universidad Camilo José Cela)
El 17 de julio de 1936 las Fuerzas Armadas españolas tenían una organización central moderna en la que, a diferencia del Ejército de Tierra y de la Armada, la Aviación Militar no era un arma independiente, con su propio ministerio, pero sí poseía una estructura autónoma dependiente directamente del presidente del Consejo de Ministros, una articulación que se situaba a aballo de la de Alemania, Francia o Reino Unido, donde las fuerzas aéreas eran gestionadas por un ministerio propio, y la de Estados Unidos, donde tanto el Ejército de Tierra como la Marina tenían su propia aviación y su departamento ministerial. La organización periférica del Ejército de Tierra, la Armada y la Aviación Militar presentaba una gran racionalidad, que también se manifestaba en la estructura de las grandes unidades (divisiones y brigadas). Sin embargo, ni el armamento ni la instrucción convertían a las tres ramas en instrumentos de guerra eficaces. Solo las unidades acuarteladas en Marruecos, especialmente el Tercio de Extranjeros y los grupos de Regulares Indígenas, podían considerarse fuerzas de combate bien adiestradas.

La reforma militar de Manuel Azaña por Justo Alberto Huerta Barajas (Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado (UNED)
El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República y Manuel Azaña fue nombrado ministro de la Guerra en el Gobierno provisional, presidido por Niceto Alcalá-Zamora. Hasta ese momento, era muy poco habitual que este cargo lo desempeñara un civil. Existía el precedente del propio Alcalá-Zamora, entre 1922 y 1923, y poco más. La obsesión y eje central de su pensamiento político, fue la radical oposición a las instituciones de la Monarquía. Azaña, si bien no consideraba al Ejército como problema en sí mismo, sí lo convirtió en su enemigo a batir, justificándolo en que su élite era y había sido el apoyo de la monarquía de Alfonso XIII. Por esta razón, tenía que neutralizar la posible involución de los resortes contrarios al nuevo orden. Sin embargo, el pensamiento de Azaña con relación al Ejército se centraba en la profesionalización al servicio de la República, y no tenía una concepción de la defensa nacional global, ni tenía un modelo, solo un conjunto de ideas generales.

Marruecos y las raíces del africanismo por Daniel Macías Fernández (Universidad de Cantabria)
En el presente se van a mostrar algunas ideas que ayudan a la comprensión del fenómeno fratricida en España. Se va a mostrar la existencia de un grupo militar que compartía opiniones y formas de ver el mundo, que tenía recursos y poder y, especialmente, que ostentaba unos lazos de solidaridad fortísimos. Una familia castrense que se puede calificar de identidad, forjada en las campañas de Marruecos y prolija en proselitismo en su periodo posbélico colonial gracias a su control de la Academia General Militar de Zaragoza. Sus orígenes estaban en la derrota de 1898, el fin de un imperio, el fin de un ciclo histórico. Fue a partir de ahí cuando surgieron voces que exigían regeneración, una regeneración manu militari. De ultramar al protectorado en Marruecos –campañas de 1909 a 1927– y, una vez victoriosos, con ascensos y prestigio bajo el brazo, amén de una experiencia grupal cual frontgemeinschaft (comunidad de combatientes de primera línea), se convirtieron en pretorianos de la nación: los africanistas.

La industria militar española a comienzos del siglo XX por Manfredo Monforte Moreno (Academia de las Ciencias y las Artes Militares)
A principios del siglo XX la industria militar española estaba poco desarrollada respecto a la de los países de nuestro entorno. La mayor parte del armamento y equipamiento militar se importaba de Francia, Alemania y Reino Unido o se fa bricaba bajo licencia. La producción nacional se basaba en las reales fábricas de Trubia, Murcia, Granada, Toledo, Sevilla y Oviedo, así como en el recién creado Taller de Precisión de Artillería (aparatos de metrología industrial y óptica). Posteriormente se creó la Fábrica de Productos Químicos el Jarama en la Marañosa (1923), al sureste de Madrid. El armamento ligero se fa bricaba en instalaciones asturianas y vascas. Durante el periodo que nos ocupa, la industria militar dinamizaba la economía de los países industrializados, pero no así en España. Los ejércitos y armadas demandaban una producción similar a la que había tenido el ferrocarril cinco décadas antes. Las necesidades de la guerra afectaban a los intereses financieros e industriales, pero la débil burguesía española se mantenía ajena a la carrera armamentística y las oportunidades que generaba.

Entre el antimilitarismo y la defensa de la República. La Unión Militar Republicana Antifascista por Eduardo González Calleja (Universidad Carlos III de Madrid)
Desde fines del verano de 1930, bastantes oficiales y algunos jefes del Ejército comenzaron a afiliarse de forma secreta a los partidos republicanos firmantes del Pacto de San Sebastián [N. del E.: al que se afiliaron casi todos los partidos republicanos y cuyo objetivo era poner fin a la Monarquía y proclamar la Segunda República]. Las relaciones del Comité Revolucionario Nacional (CRN) [N. del E.: el órgano que debía dirigir la acción en diciembre de 1930] con los militares se canalizaron a través de una organización clandestina cuyo origen se remonta a los núcleos de oficiales de simpatías izquierdistas (Alejandro Sancho, Enrique Pérez Farrás, Eduardo de Medrano Rivas y Juan Ayza en Barcelona; Jesús Pérez Salas y Felipe Díaz Sandino en Lérida; Ramón Franco Bahamonde en Madrid o Fermín Galán Rodríguez en Jaca) que, en los prolegómenos de la conspiración de la Sanjuanada (junio de 1926), pasaron a nutrir una plataforma unitaria de derribo de la Dictadura donde participaban desde militares deslumbrados con la Revolución rusa y el anarcosindicalismo, como Galán o Sancho, hasta los simpatizantes del constitucionalismo, simples “monárquicos sin rey” partidarios de la apertura de un periodo constituyente.

El orden y la ley. Las fuerzas de seguridad republicanas por Sergio Vaquero Martínez (Universitat de València)
Siguiendo el patrón generalizado en el continente europeo, la administración policial española presentó dos vertientes complementarias. La civil la constituyeron las dos corporaciones que integraban la Policía Gubernativa, ambas dependientes del Ministerio de la Gobernación y operativas en la España urbana: el Cuerpo de Vigilancia, que vestía de paisano, se sometía a la justicia ordinaria y ejercía funciones de patrullaje e investigación; y el Cuerpo de Seguridad, que actuaba uniformado y, no obstante su estatus civil, estaba comandado por oficiales militares y dependía en ocasiones del fuero castrense. Aunque tenían plena autonomía cuando cumplían tareas de mantenimiento del orden público, los hombres de este segundo cuerpo ocupaban una posición subordinada respecto al personal de Vigilancia. Por otro lado, la rama militar la representaron las dos gendarmerías que codependían del Ministerio de la Guerra: la Guardia Civil, que controlaba el espacio rural y respondía ante el ministro de la Gobernación; y los Carabineros, que se desplegaban en fronteras y costas y se subordinaban al Ministerio de Hacienda.

Conspiradores en uniforme. Las tramas militares contra la República por Francisco Alía Miranda (Universidad de Castilla-La Mancha)
La UME resultó la base imprescindible de la organización de la conspiración de 1936. Su papel fue realmente trascendental en la extensión de la trama, porque “permitió que la conspiración penetrase en el tejido social del Ejército y que al no limitarse Esta a las cúpulas militares, tuviese posibilidad de triunfar en las guarniciones donde los generales permanecieron leales al Gobierno”, según Busquets y Losada. Aunque el general Emilio Mola, el director de la conspiración, quiso mantenerla en secreto, el amplio número de implicados lo hacía imposible. En la primavera de 1936 algunos militares republicanos ya venían advirtiendo sobre el peligro de la UME. El coronel Julio Mangada en un pequeño folleto denunciaba sus manejos en el Ministerio de la Guerra y los Estados Mayores de Madrid, constituyendo “una pesadilla, un peligro”. Dentro de los cuarteles, los militares de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), fundada para contrarrestar la influencia de la UME, estaban vigilantes.

La travesía del fénix. El desarrollo de la aviación militar por Marcelino Sempere Doménech
Forjada en la Guerra de Marruecos, pionera en tácticas de combate, capaz de recorrer el mundo por el aire y formada por personas capaces de conseguir hitos mundiales, la aviación militar española tuvo su antecedente en el siglo XVIII y su precursora fue la aerostación militar que nació a fines del XIX. Su desarrollo fue vertiginoso entre 1911 y 1936, con cuatro etapas muy definidas: origen, Guerra de Marruecos, grandes vuelos y Segunda República. En vísperas de la Guerra Civil estaba en proceso de modernización, pero en este conflicto su evolución marco un nuevo hito en la aviación mundial. La primera aeronave militar de la historia fue española. En noviembre de 1792 el Real Colegio de Artillería de Segovia construyó y voló un globo para estudiar su uso con fines militares, pero la primera unidad aérea no aparecerá hasta el 15 de diciembre de 1884, cuando dentro del Batallón de Telegrafía sin Hilos se creó una compañía de aerostación, pasando el testigo de los artilleros a los ingenieros. A este cuerpo (luego arma) le debemos la creación de la aviación militar española.

Vidas paralelas. Los generales Domingo Batet y Manuel Goded por Fernando Puell de la Villa (Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado (UNED)
En el presente artículo se glosará y comparará la trayectoria profesional de dos de los generales que se posicionaron a favor y en contra del golpe de Estado de julio de 1936 y fueron representativos de la ideología de los dos bandos enfrentados en la Guerra Civil, poniendo de relieve las similitudes o diferencias que jalonaron su carrera y los valores morales y castrenses que singularizaron a ambos personajes: de una parte, el general de división Domingo Batet Mestres (Tarragona, 1872-Burgos, 1937), paradigma del perfecto militar profesional, y de la otra, el del mismo empleo Manuel Goded Llopis (San Juan de Puerto Rico, 1882-Barcelona, 1936), paradigma también de la tendencia de los militares a interferir en la vida política. Batet y Goded representan dos visiones contrapuestas de la oficialidad del primer tercio del siglo XX, pero bastantes rasgos de sus carreras castrenses se prestan a poder comparar sus biografías de modo similar a lo hecho por Plutarco hace casi dos mil años.

El difícil camino de la modernidad. El armamento español en 1936 por José Vicente Herrero Pérez
El Ejército español presentaba una situación un tanto desequilibrada en su armamento al llegar el verano de 1936. Mientras que algunas categorías estaban razonablemente bien cubiertas, otras estaban muy desprovistas, aunque esto no se debía a un desinterés por las innovaciones en el terreno de la tecnología militar. El decreto del 25 de mayo de 1931 que disponía la nueva organización del Ejército activo peninsular daba por sentado que “no puede contarse, desde el tiempo de paz, con todo el material de guerra moderno necesario para la movilización, porque es complicado y costoso y se perfecciona de continuo”. Esta limitación se debía en parte a los restringidos recursos económicos disponibles, pero también reflejaba la influencia del concepto de “nación en armas” tal y como evolucionó en Francia después de la Gran Guerra, en el cual, en caso de conflicto, el Ejército permanente se desplegaba en las fronteras a modo de escudo protector mientras los recursos humanos y materiales del país eran movilizados para formar el Ejército de tiempo de guerra.

La división de las Fuerzas Armadas ante la sublevación por Alberto Ayuso García
El 18 de julio de 1936 el Ejército español quedó fraccionado ante el levantamiento contra el Gobierno de las fuerzas del Ejército de África y de algunas plazas españolas. Los elementos humanos, tanto los mandos como la tropa, quedaron divididos, así como las unidades y el armamento de las mismas. El Gobierno dispuso desde el primer momento de la lealtad y disponibilidad de veintitrés generales –cinco de división y dieciocho de brigada– frente a veinte de los alzados –cuatro y dieciséis, respectivamente–, de un total de ochenta y dos en activo. Diecisiete generales fueron fusilados o asesinados en zona republicana, mientras que en la zona sublevada (autodenominada nacional) fueron seis, quedando el resto apresados o escondidos en ambas zonas. La distribución del cuerpo de oficiales del Ejército muestra que unos 5450 de ellos quedaron en zona gubernamental frente a unos 7300 en la sublevada, si bien solo 2250 y 6900 respectivamente estaban realmente disponibles para cada bando.

Directores Alberto Pérez Rubio, Carlos de la Rocha, Javier Gómez Valero.

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