Hizbulah, sin duda uno de los movimientos clave para entender el actual conflicto de Oriente Medio, es, sin embargo, un gran desconocido. Calificado de terrorista por Estados Unidos e Israel, y de movimiento de resistencia por los países árabes, su rastro salta las fronteras del Líbano y es evidente en los territorios palestinos e Irak. En los últimos años, pocas organizaciones han influido y se han visto a la vez tan afectadas por los acontecimientos ocurridos en la región como este grupo islamista radical chií libanés. Su determinación puso fin a la prolongada ocupación israelí del sur del Líbano, y su sombra alentó durante años la segunda Intifada palestina. Tras la guerra de Irak, los sectores estadounidenses e israelíes que exigían una acción contra el Partido de Dios multiplicaron sus demandas. Derrocado Sadam Husein, la Casa Blanca dirigió su mirada hacia Siria e Irán, los dos baluartes sobre los que se apoya Hizbulah. Israel, por su parte, dejaba claro que no estaba dispuesta a tolerar que se perpetuara una amenaza militar en su frontera norte, ni que esa amenaza se pudiera infiltrar en los territorios palestinos. Dentro del Líbano su situación también es incierta. El repliegue militar sirio terminó de sacudir sus cimientos. Una vez evaporada su razón de ser (la lucha contra la ocupación israelí), volatilizado su patrón en el Líbano y ante la presión que sufre Irán, su principal respaldo, Hizbulah está abocado a reconsiderar su propia identidad, pues no parece posible que pueda mantener por más tiempo su naturaleza híbrida: deberá elegir entre la política o la lucha armada, entre la vocación internacional o la acción estrictamente local.