La historia de la literatura ha sido una disciplina intelectual que acepta sumisamente sus equívocas limitaciones; tanto es así, que su destino en la mayoría de los casos es convertirse en manual escolar, censo onomástico (es decir, nombres y fechas, descripciones tímidas y fugaces), catálogo inerte de títulos y autores. Los afanes críticos de la modernidad -rasgo que muy precisamente la define, según varios autores- han renovado de raíz las visiones conformistas de la literatura y han aportado un sentido más vivaz y polémico a las empresas culturales que con ella se vinculan.
En este contexto se sitúa la obra monumental de Walter Muschg, que sin embargo lleva más allá de los "formalismos" y "contenidismos" críticos su percepción histórico-literaria de obras y autores; su Historia trágica de la literatura es una exploración en el perfil profundo del sentido de la literatura, una interrogación tenaz y pormenorizada de los hechos literarios, inscrita en la cultura bajo el signo de "lo trágico", noción que, según advertencia del autor, no excluye ni lo crítico ni lo histórico, sino que los asimila y trasciende. Obra que se pregunta sobre el sentido de las obras, historia escrita en medio de una historia cambiante, la de Muschg se demora obsesiva e intensamente en el misterio casi metafísico que plantean las relaciones del hombre con un lenguaje artístico que lo exprese y enriquezca.