'El advenimiento de la democracia', fundada en la igualdad, la autonomía y la independencia del hombre como tal, fue trnsformando paulatinamente el sentido en que el otro es otro, en que el semejante es semejante: en que el hombre es hombre. ¿Cómo hay que entender que esta transformación vaya unida al advenimiento de la democracia? ¿En qué medida los principios democráticos son fruto de una invención colectiva? La (im)pertinencia de estas preguntas salta a la vista a la luz de la hipótesis culturalista, según la cual cada humanidad está encerrada en su cultura ¿Puede suspenderse su hechizo (tan poderoso como el del genio maligno cartesiano) o habrá que ceder al relativismo y renunciar a la filosofía? Lo que el autor muestra, con una claridada que el lector agradece, es que precisamente lo que la democracia tiene de liberador es que deja en suspendso las pertenencias (a una clase, un sexo, una raza, una nación, una religión, una laguna) con las que nutrimos nuestras identidades, liberación que es inseparable de la práctica fenomenológica conocida como suspensión del mundo natural, de sus obviedades cotidianas.